Cuba pasó a ser el último país en librarse del yugo colonial español y el primero en sacudirse de la odiosa tutela imperialista.
Cooperar con otros pueblos explotados y pobres fue siempre para los revolucionarios cubanos un principio político y un deber con la humanidad.
Al cumplirse el primer aniversario del asesinato de Bin Laden, Obama compite con su rival Mitt Romney en la justificación de aquel acto perpetrado en una instalación próxima a la Academia Militar de Pakistán, un país musulmán aliado de Estados Unidos.
Marx y Engels nunca hablaron de asesinar a los burgueses. En el viejo concepto burgués los jueces juzgaban, los verdugos ejecutaban.
En la declaración de principios de Filadelfia, en julio de 1776, se afirmaba que todos los hombres nacían libres e iguales y a todos les concedía su creador determinados derechos. Por lo que se conoce, tres cuartos de siglos después de la independencia, los esclavos negros seguían siendo vendidos en las plazas públicas con sus mujeres e hijos, y casi dos siglos después Martin Luther King, premio Nobel de la Paz, tuvo un sueño, pero fue asesinado.
Nadie que sea honesto estará jamás de acuerdo con los actos terroristas, pero ¿tiene acaso el Presidente de Estados Unidos el derecho a juzgar y el derecho a matar; a convertirse en tribunal y a la vez en verdugo y llevar a cabo tales crímenes, en un país y contra un pueblo situado en el lado opuesto del planeta?
Vimos al Presidente de Estados Unidos subiendo al trote los peldaños de una empinada escalera, en mangas de camisa, avanzar con pasos acelerados por un pasillo volante y detenerse a endilgarle un discurso a un nutrido contingente de militares que aplaudían con desgano las palabras del ilustre Presidente. Aquellos hombres no eran todos nacidos ciudadanos norteamericanos. Pensaba en los colosales gastos que eso implica y que el mundo paga, pues ¿quién carga con ese enorme gasto que ya rebasa los 15 millones de millones de dólares? Eso es lo que ofrece a la humanidad el ilustre Premio Nobel de la Paz.
Fidel Castro Ruz
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Cooperar con otros pueblos explotados y pobres fue siempre para los revolucionarios cubanos un principio político y un deber con la humanidad.
Al cumplirse el primer aniversario del asesinato de Bin Laden, Obama compite con su rival Mitt Romney en la justificación de aquel acto perpetrado en una instalación próxima a la Academia Militar de Pakistán, un país musulmán aliado de Estados Unidos.
Marx y Engels nunca hablaron de asesinar a los burgueses. En el viejo concepto burgués los jueces juzgaban, los verdugos ejecutaban.
En la declaración de principios de Filadelfia, en julio de 1776, se afirmaba que todos los hombres nacían libres e iguales y a todos les concedía su creador determinados derechos. Por lo que se conoce, tres cuartos de siglos después de la independencia, los esclavos negros seguían siendo vendidos en las plazas públicas con sus mujeres e hijos, y casi dos siglos después Martin Luther King, premio Nobel de la Paz, tuvo un sueño, pero fue asesinado.
Nadie que sea honesto estará jamás de acuerdo con los actos terroristas, pero ¿tiene acaso el Presidente de Estados Unidos el derecho a juzgar y el derecho a matar; a convertirse en tribunal y a la vez en verdugo y llevar a cabo tales crímenes, en un país y contra un pueblo situado en el lado opuesto del planeta?
Vimos al Presidente de Estados Unidos subiendo al trote los peldaños de una empinada escalera, en mangas de camisa, avanzar con pasos acelerados por un pasillo volante y detenerse a endilgarle un discurso a un nutrido contingente de militares que aplaudían con desgano las palabras del ilustre Presidente. Aquellos hombres no eran todos nacidos ciudadanos norteamericanos. Pensaba en los colosales gastos que eso implica y que el mundo paga, pues ¿quién carga con ese enorme gasto que ya rebasa los 15 millones de millones de dólares? Eso es lo que ofrece a la humanidad el ilustre Premio Nobel de la Paz.
Fidel Castro Ruz